Desde que nació, se sintió distinto.
Había nacido en una época que no se correspondía a su forma de vida. Tenía que
haber nacido cien años antes, y no en el siglo XX. Siempre fuera rebelde y
desde pequeño se pasaba la vida jugando con espadas de cartón.
Su sueño era ser coronel, en una
guerra. Pero por lo visto su mundo tenía pensado mantenerse en paz. A veces
pensaba en que su vida no era como a él le gustaría.
El Coronel se casó, tuvo a sus hijos y poco a poco se hizo mayor. Decidió irse solo
a Escocia hasta su muerte, pero con ya setenta y cinco años sus hijos le
pidieron que volviera, para ver a sus nietos antes de morir. Al regresar a casa se sorprendió al ver a
tres niños peleándose en el jardín, vestidos de militares y con espadas de
cartón. Parecían desprender energía y sueños.
-Estos son tus nietos, Coronel. ¿Te
gustaría vivir con ellos?
"El coronel necesitó setenta y
cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a
ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de
responder: Mierda".
Celia Pérez Martínez
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El coronel, cansado de lo que le
rodeaba y de lo que le había pasado, ya no era persona.
Estaba abatido, parecía que sólo a
él lo querían minar moralmente, pero había aprendido de su abuelo que una
persona no se debe desmoronar por mucho que le hagan, digan, o ambas cosas.
Añoraba los años pasados de su vida
y lo único que le satisfacía era leer poesía. Poesía española del Siglo de Oro.
A él mismo, como coronel que era, le parecía raro leer eso, pero era lo único
que le calmaba. Cuando su mujer le preguntó qué harían de comer, el coronel
necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a
minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en
el momento de responder: Mierda.
David Gesteira Estévez
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La reina Burkina del país de los
sueños estaba embarazada de ocho meses.
Daría a luz a un niño que se
convertiría en el coronel de aquel lugar.
Desde el primer día de vida estaría
sometido a unas pruebas diarias cuyo resultado diría si era apto o no para
atender ese cargo.
Burkina, cada segundo que pasaba,
por mucho que quisiera apostar por su hijo, decía que sería imposible y que
todos sus sueños no se harían realidad.
A pesar de eso, le decía al pequeño
que luchara como él sabía, que era inteligente y que él podría de verdad
conseguirlo.
Cuando llegó a la adolescencia ya
estaba bastante harto de esa situación, pero no quería rendirse porque su madre
se llevaría un disgusto.
Poco después ella murió.
El coronel necesitó setenta y cinco
años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese
instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
Mierda
Yurena De Oliveira Puime
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Los días pasaban y él seguía con la
misma mentira de siempre.
Se despertaba todas las mañanas al lado
de su mujer Adelaida. La quería, pero también sentía algo muy fuerte por Clara,
su mejor amiga desde niños.
Llevaba tres años engañando a su
mujer con una amiga de la infancia, ni él mismo se lo podía creer...
Todas las noches antes de acostarse,
como todo el mundo hace, reflexionaba sobre lo que estaba haciendo. ¿Debería
confesárselo a su mujer? Estaba muy arrepentido, pero al mimo tiempo se sentía
feliz al lado de Clara, pero debería decírselo a su mujer, ya que ella padecía
cáncer y estaba a punto de fallecer.
Decidido entró en casa. Pero cuando
llegó a la cocina se encontró con Adelaida muerta.
"El coronel necesitó setenta y
cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a
ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de
responder: Mierda"
Marta Costa Gil
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